Una zapatilla llamada «Alba» debía ser la adecuada para alguien que sale a correr a diario. En 1980 el maratón se había convertido en religión en Estados Unidos. La victoria de Frank Shorter en los Juegos Olímpicos y la potente campaña misionera de Bill Bowerman invitaron a miles de norteamericanos a correr. Gente que salía a trotar sin saber mucho de deporte, sin saber demasiado de la competición. Por eso Nike apareció en el momento adecuado. Cuando el público pedía zapatillas para trotar. Para vestir a los campeones olímpicos ya estaba adidas, que solo pensaba en la competición. Aquellos locos que trotaban no hacían deporte.
Aunque muchos años más tarde se le criticaría por lo contrario, Nike supo mantenerse del lado de los populares, por muy lejos que llegara.
Joan Benoit era una deportista prometedora. En realidad era una esquiadora prometedora que como rehabilitación, comenzó a correr. Siendo una desconocida ganó el maratón de Boston de 1979, ganándose al público con una gorra de los Boston Red Sox. Hacía solo 7 años que se permitía a las mujeres correr en Boston y faltaban aún 5 años para el primer maratón olímpico, que también ganaría Benoit, una enamorada de las Daybreak. O habría que decir que era una enamorada del rendimiento de las Daybreak, porque la combinación beige-naranja no podía defenderla ni una campeona olímpica. Muy bien amortiguada, con la imprescindible suela wafle y realizada en nailon con puntera y talón en gamuza, la obsesión de Benoit por esta zapatilla la llevó a usarla como zapatilla de entrenamiento para Los Angeles 84, muchos años después de su aparición. Las últimas unidades de las Daybreak aparecieron en una olvidada tienda brasileña, desde donde fueron enviadas a Benoit.
En el siglo XXI aparecería una versión «Vintage»(en la foto), con un acabado envejecido y nuevos colores, que solucionaba lo único que no le gustaba a Benoit.

Kickstories: Nike Daybreak
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